miércoles, 20 de julio de 2011

La importancia de los recursos energéticos y su impacto en el dinamismo económico


El barril de crudo hace tiempo que pasó el umbral de los 100 dólares y se encamina ya peligrosamente hacia los 200. Las presiones inflacionistas resultantes se han sumado a la crisis financiera internacional y, entre crecientes dosis de incertidumbre, lo único que parece estar cada vez más claro es que, tras un siglo XX caracterizado por las luchas ideológicas, la gran cuestión de nuestra era empieza a girar en torno a la importancia de los recursos energéticos. No es para menos.
El dinamismo de la economía mundial depende estrechamente de la energía, muy especialmente del petróleo. No es casualidad que el mayor período de crecimiento económico y demográfico de la historia de la humanidad haya coincidido precisamente con la consagración del petróleo como la fuente energética por excelencia.
Desde 1970, la población mundial ha crecido un 180 por ciento, la misma tasa a la que lo ha hecho la demanda de petróleo en ese mismo período! En la actualidad, los combustibles fósiles no sólo representan el 85 por ciento de la base energética mundial, sino que el petróleo -por sí solo- explica el 35 por ciento.
Las razones que han otorgado al oro líquido semejante importancia resultan evidentes: en primer lugar, una capacidad energética superior a la del resto de fuentes primarias de base orgánica, como el carbón; en segundo lugar, su facilidad para ser transportado; y, en tercer lugar, su disponibilidad y relativa abundancia en la naturaleza (al menos hasta ahora).

Fuerte demanda

Estas características explican la relevancia del petróleo en tres planos principales: primero, el plano económico, por su impacto directo sobre los costes de producción y de transporte (y, por tanto, sobre la inflación); segundo, el plano geoestratégico, no en vano la seguridad energética nacional es un factor central de las relaciones internacionales y de las actuaciones de política exterior; y tercero, el plano medioambiental.
Tras décadas de precios relativamente bajos, las tendencias actuales en las cotizaciones, más estructurales que coyunturales, han hecho que los países avanzados despertemos del letargo y empecemos a replantearnos en serio nuestro modelo energético futuro.
La principal razón que subyace a dichas tendencias es la demanda: la incipiente globalización financiera y comercial ha permitido a distintos países sumarse a la senda del crecimiento económico y de la prosperidad. El desarrollo económico experimentado por China o India no deja de ser un círculo virtuoso que no sólo conlleva un incremento de la renta per cápita y -con ella- la aparición de la clase media, sino que supone un decidido impulso de los procesos de urbanización y de industrialización, así como del 'stock' de infraestructuras. Dichos procesos serían mera utopía sin la disponibilidad de cada vez mayores cantidades de energía.

La demanda seguirá aumentando

Estos cambios estructurales en las sociedades emergentes están también teniendo como resultado, vía mayor actividad económica y comercial, el progresivo desarrollo de los medios de transporte (tanto de mercancías como de pasajeros). Es razonable -por tanto- prever que la demanda de crudo siga aumentando a medida que los países en vías de desarrollo vayan creciendo y disponiendo de mayores flotas de coches, aviones y barcos. En China, por ejemplo, se transportan por avión 140 millones de pasajeros y 8.000 millones de toneladas al año, lo que supone incrementos del 40 y 50 por ciento desde 1980.
El petróleo es, sin embargo, un recurso finito, por lo que no puede ser una opción a largo plazo. Pese a ello, la realidad es que sigue siendo la única alternativa existente, lo que -unido a su creciente escasez y a la elevada dependencia que tenemos del mismo- nos permite entender que resulte imprescindible y que sea cada vez más valioso, que es precisamente lo que están empezando a descontar los mercados financieros.
Además, la importancia medioambiental del petróleo ha llevado a gobiernos de numerosos países avanzados a aprobar normas que limitan la emisión de sulfuros. Esta normativa incentiva la demanda de un crudo más ligero y con baja composición de azufre (light sweet oil), limitando así la de otros tipos de petróleo más pesados y con mayor presencia de sulfuros (heavy sour oil). El resultado es obvio: la capacidad de refino actual no sólo está adaptada para refinar únicamente una parte de la producción mundial de crudo (light weet oil).
Los mercados financieros también han hecho su aportación. Unos tipos reales negativos, un dólar cada vez más barato, presiones inflacionistas en el horizonte y una ausencia de alternativas de inversión, han hecho que inversores apuesten por una opción con fundamentos más sólidos: el petróleo.
En definitiva, la demanda procedente de los países emergentes (especialmente China e India), unido a la avidez de los inversores internacionales, han impulsado la demanda global de petróleo y, por tanto, los precios. Asimismo, la regulación que limita las emisiones de sulfuros ha condicionado el mercado, incentivando la demanda de petróleo convencional y desincentivando la del no convencional. El resultado es claro: más demandantes para menos petróleo … ¡y el mercado ajustándose mediante precios cada vez mayores!

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